martes, 15 de mayo de 2012

Cuidados intensivos


La psicóloga no es tan guapa como me había imaginado. Después de varias semanas escuchando su voz grave y cálida durante las horas de visita, hoy por fin me han quitado los vendajes de la cara y la he podido ver. Es bajita y regordeta, y su pelo, recogido en dos “pirris” al estilo de las colegialas de los cómics japoneses, contrasta con su cara de perro malhumorado. Ahora que la veo, hasta su voz me parece más fea. Se supone que está aquí para escucharme pero desde que llegó no ha dejado de hablar, con desgana, moviendo solamente el número imprescindible de músculos para hacerse entender. 
Quiero que se calle, y quiero que se vaya.
Me decido a hablar por primera vez desde que recuperé el conocimiento y en su cara noto una ligera contracción de la parte izquierda de su labio superior que se mantendrá hasta el final de su visita.

- ¿Disculpa? 

Inclina levemente la cabeza para ofrecerme su oído derecho y espera en vano a que repita mis palabras. Cojo aire y ella se acerca un poco más, con los mofletes vagos y flácidos, noto el olor a tabaco y carajillo de anís. Ya casi está a mi alcance. Empiezo a hablar muy bajito…

- Usted me…

Casi puedo sentir su oreja en mis labios, me hacen cosquillas en la nariz los pelos grasientos de uno de sus “pirris”…

- … usted me…

Se le pone la carne de gallina al recibir mi aliento pero no se aparta ni un milímetro. Ni siquiera necesito levantar la cabeza, simplemente alargo los labios y rodeo el lóbulo de su oreja, al chupar noto el frío de su pequeño pendiente de perla falsa y un ligero pinchazo por el pasador. Ella no se mueve aunque está más tensa, y su oreja más caliente, aparto mis labios y la recorro con la lengua. Pero no se va. De hecho cada vez acerca más su cuerpo y sus pies ya no tocan el suelo. Veo venir de reojo una mano húmeda y regordeta que amenaza con acariciarme y sorprendido por su contraataque pierdo la compostura y grito directamente en su oído,

- …¡¡usted me da asco!!

Se aparta de un salto cubriéndose la oreja con las dos manos y llamándome repetidamente hijo de puta. 
No me puedo mover, y unas bragas metidas en la boca me impiden gritar, pero sí que noto el dolor. Y la doctora Conchillo, especializada en el tratamiento de víctimas de psicópatas, terroristas  y torturadores, sabe mucho sobre el dolor.     



miércoles, 8 de febrero de 2012

Por fin juntos

Anoche me despertó de nuevo el maldito loro "¡Cobaaarde! ¡cobaaarde!". Aparté las sábanas de un tirón y maldiciendo me fui a por él. Mientras me dirigía a la cocina iba saboreando ya el placer de reventar su  cabeza contra la pared, abrí la puerta con violencia y me enfrenté a una visión que me derrotó de un golpe seco, dejándome de rodillas en el suelo desencajado por el pánico. 
Sentada en la mesa, frente al loro, dándole galletitas y susurrándole con malicia "cobarde... cobarde... cobarde...", estaba Lourdes. Tenía la frente rasurada hasta la coronilla y unas cicatrices anchas y carnosas la atravesaban de punta a punta formando un pentáculo. ¡Cobaaarde! gritó de nuevo Paco con su voz potente y desgarrada helándome la sangre. Pero Lourdes me ignoraba y seguía concentrada alimentando al loro. Admitiendo una vez más mi cobardía salí a gatas de la cocina y corrí a esconderme dentro de mi cama. Allí recé entre sollozos pidiendo que terminara por fin aquella pesadilla.

¡Qué mentirosa y convincente puede ser nuestra mente cuando intenta protegernos de caer en la locura! Ya de madrugada consiguió convencerme de que no había sido más que un mal sueño. La noche había sido muy silenciosa desde que escapé de la cocina. Paco no grito más y aunque en algunos instantes de temeridad me atreví a acercar mi oído a la puerta cerrada no escuché más que los crujidos angustiosos de las puertas de madera vieja y húmeda. La imagen de Lourdes se fue poco a poco confundiendo con otras pesadiilas más terroríficas e inverosímiles hasta confundirse con ellas, y todo quedó en una mala noche de luna llena. Y así desperté por la mañana, cansado pero aliviado, con un domingo bien soleado por delante para recuperarme de tantas emociones y darle una nueva oportunidad a mi vida.
Al acercarme a la cocina me sorprendió el olor cálido del pan recién tostado,  y  al asomarme perdí todo el apetito y definitivamente mi propia cordura. Lourdes, de pie, preparaba el desayuno con la mirada perdida y la frente marcada. A la mesa, Paco dentro de su jaula tumbado con la cabeza partida sobre un charquito de su propia sangre... y Tito, sentado en un taburete con el cuerpo apoyado sobre el lavavajillas en un equilibrio poco estable. Lourdes, sin mirarme, me hizo un gesto para que me sentara y obedecí sin más.
Las tostadas se fueron ennegreciendo sin que a Lourdes pareciese importarle. Se acercó al cajón de los cubiertos, rebuscó y cogió unos cuantos. Se acercó a mi aunque sus ojos enfocaban a la puerta abierta detrás y dejó en la mesa una colección de mis cuchillos más afilados, un tenedor y un sacacorchos. Acercó su boca a mi oreja y por fin me habló,

- Saturnio, ya va siendo hora de acabar.

martes, 7 de febrero de 2012

Me-ta-cri-la-to

El loro me insulta. Me llama "cobaaarde". Debió aprender en la tienda alguna palabra de más y al dueño se le olvidó comentármelo. Como siga así lo devuelvo.
La primera vez que lo escuché pensé que habría sido un lapsus, o mío porque ya no tengo muy buen oído y últimamente estoy muy nervioso, o suyo porque ofuscado ya por no ser capaz de pronunciar "me-ta-cri-la-to" había reunido unas sílabas al azar. Pero un día más tarde lo pronunciaba ya de manera continua, bien clarita y a mala leche, arrastrando la "a" para que me quedase bien clarito, "cobaaaarde". Ahora ya ni silba, ni dice "Hola", ni por supuesto "me-tra-qui... ¡joder!

jueves, 2 de febrero de 2012

Tito empezaba a oler demasiado mal


Tardé mucho en decidir cómo deshacerme de su cuerpo. Los otros cadáveres eran desconocidos, la policía nunca los relacionaría conmigo si los encontrase pero Tito... Tito era mi amigo. Y además lo maté yo.

Ayer por fin se me ocurrió una gran idea: dejarlo en su propio apartamento. Después de lo que le sucedió a Lourdes estoy seguro de que la policía encontrará mil maneras de explicar su muerte rápidamente y cerrar el caso.

De madrugada lo rocié con ambientador, le puse una bufanda y un gorrito y lo subí al coche. Ya he pasado por esto mucho veces y mi experiencia me dice que llama mucho más la atención arrastrar una bolsa grande o un baúl que a un muerto bien disimulado. Sobretodo a según que horas. El momento más difícil es el de coger el ascensor, pero esta vez tuve suerte y no me crucé con ningún vecino, ni en mi piso ni en el suyo.

Me sorprendió encontrarme la puerta de su casa entreabierta y la luz encendida. Imagino que Lourdes se despistó con la emoción y las prisas cuando fuimos a rescatar a Tito, pero es raro que ningún vecino haya hecho nada al respecto. Lo bueno fue que a mi me facilitó mucho el trabajo.
Lo senté en una silla de la cocina, y como se me caía de lado la acerqué al fregadero para que le hiciera de tope. No se quedó en una postura muy natural, la verdad.
Aproveché la visita para cotillear un poco. En su habitación, sobre el chifonier encontré la foto de la boda: Tito mantenía la mirada firme y decidida y la barbilla alta y orgullosa; Lourdes sonreía tímidamente y se la veía incómoda dentro del traje blanco que intentaba disimular sus carnes generosas. Me la traje a casa y la puse en mi mesilla de noche.

miércoles, 1 de febrero de 2012

El loro Paco

Me he comprado un loro. Estoy muy solo en casa y pensado que una mascota me sentaría bien. Al morir mi madre quedé ya sin familia, si alguna vez tuve un amigo lo perdí, y no tengo ya ninguna posibilidad de recuperar a aquella junto a la que soñaba terminar mis días.
El precio era un regalo, el bicho es ya bastante mayor y el dueño de la tienda quería deshacerse de él. Ya sabe decir "hola" con voz de falsete y silbar a las chicas guapas. Según el dueño es muy listo, y para ponerlo a prueba he pensado enseñarle a decir "metacrilato". Pongo su jaula encima de la mesa mientras ceno y le repito despacio y vocalizando bien "me-ta-cri-la-to". Él me mira con atención, ladea la cabeza contrariado y responde "ho-la". Pero no nos desanimamos.

sábado, 17 de diciembre de 2011

La vértebra del estudiante de intercambio

Nos fue fácil entrar, pero salir nos costó una vida. A Lourdes la recibieron con todos los honores y la estuvieron agasajando durante toda la noche. A mi no me hacían ningún caso y pude escabullirme para registrar la finca y asegurarme de que Tito no estaba allí. Más que una finca aquello era un auténtico poblado. En el centro se encontraba la vieja casona en la que vivía "el puño" y se realizaban las misas y negras y demás rituales, y alrededor casas prefabricadas, auto-caravanas y tiendas de campaña se agrupaban formando calles perfectamente alineadas. Me senté en el portal de la casona y estuve fumando y planeando la escapada durante el tiempo suficiente para convencer a Lourdes de que había buscado a su marido hasta en el último rincón.  Pero cuando entré a buscarla era ya muy tarde. Los adoradores del diablo estaban tan ansiosos que habían modificado el programa de actos para empezar directamente con la ofrenda de la virgen.
Los encontré a todos completamente desnudos y visiblemente excitados rodeando el altar en el que Lourdes, con las piernas y los brazos abiertos y atados con correas, esperaba confiada y paciente a que yo la rescatara. Alguien apareció a mi espalda y me lanzó al suelo de un empujón. Miré hacia arriba y me resultó sencillo reconocer en aquel Adonis de dos metros a "el puño de Satán". De su cuello colgaba la famosa vértebra del estudiante americano al que descuartizó el día de su posesión demoníaca. Ignorándome se dirigió al altar, y ante los gritos de placer enfermizo de sus seguidores levantó una daga con el filo curvo y sucio ya de sangre. 
No esperé a ver el final, pero mi cruel imaginación me golpea con las imágenes más obscenas y crueles que es capaz de crear.