La psicóloga no es tan guapa como me había imaginado. Después de varias semanas escuchando su voz grave y cálida durante las horas de visita, hoy por fin me han quitado los vendajes de la cara y la he podido ver. Es bajita y regordeta, y su pelo, recogido en dos “pirris” al estilo de las colegialas de los cómics japoneses, contrasta con su cara de perro malhumorado. Ahora que la veo, hasta su voz me parece más fea. Se supone que está aquí para escucharme pero desde que llegó no ha dejado de hablar, con desgana, moviendo solamente el número imprescindible de músculos para hacerse entender.
Quiero que se calle, y quiero que se vaya.
Me decido a hablar por primera vez desde que recuperé el conocimiento y en su cara noto una ligera contracción de la parte izquierda de su labio superior que se mantendrá hasta el final de su visita.
- ¿Disculpa?
Inclina levemente la cabeza para ofrecerme su oído derecho y espera en vano a que repita mis palabras. Cojo aire y ella se acerca un poco más, con los mofletes vagos y flácidos, noto el olor a tabaco y carajillo de anís. Ya casi está a mi alcance. Empiezo a hablar muy bajito…
- Usted me…
Casi puedo sentir su oreja en mis labios, me hacen cosquillas en la nariz los pelos grasientos de uno de sus “pirris”…
- … usted me…
Se le pone la carne de gallina al recibir mi aliento pero no se aparta ni un milímetro. Ni siquiera necesito levantar la cabeza, simplemente alargo los labios y rodeo el lóbulo de su oreja, al chupar noto el frío de su pequeño pendiente de perla falsa y un ligero pinchazo por el pasador. Ella no se mueve aunque está más tensa, y su oreja más caliente, aparto mis labios y la recorro con la lengua. Pero no se va. De hecho cada vez acerca más su cuerpo y sus pies ya no tocan el suelo. Veo venir de reojo una mano húmeda y regordeta que amenaza con acariciarme y sorprendido por su contraataque pierdo la compostura y grito directamente en su oído,
- …¡¡usted me da asco!!
Se aparta de un salto cubriéndose la oreja con las dos manos y llamándome repetidamente hijo de puta.
No me puedo mover, y unas bragas metidas en la boca me impiden gritar, pero sí que noto el dolor. Y la doctora Conchillo, especializada en el tratamiento de víctimas de psicópatas, terroristas y torturadores, sabe mucho sobre el dolor.