domingo, 20 de febrero de 2011

El ramo de rosas

Hace años tuve una novieta, Natalia. Hoy es su cumpleaños, pero desde que cortamos no hemos vuelto a hablar. Yo intenté mantener el contacto, seguir siendo amigos hasta que con el tiempo nos llegara una segunda oportunidad. Pero primero sus padres y sus hermanos, después su novio y su marido, y últimamente sus hijos, me han impedido acercarme a ella.

Esta mañana me puse la mascarilla y entré en la habitación de mi madre. Cada día me deshago de dos o tres cadáveres, pero parece que siguen llegando y cada vez hay más. Rebusqué hasta encontrar a uno reciente, joven y guapo. Con la cara blanca y los labios morados me recordaba a esas películas mudas de Rodolfo Valentino. Le puse un poco de colorete con el maquillaje de mamá, y con unas gafas de sol y un sombrero me lo llevé de paseo.
Los domingos por la mañana son el mejor momento para deshacerte de un cadáver. Levanté a mi elegante compañero de los hombros y lo llevé hasta el coche como haría cualquiera con un amigo demasiado borracho para volver a casa. Le puse el cinturón y nos pusimos en marcha. Paré en una floristería y compré un ramo de rosas amarillas (las rosas rojas resultarían demasiado atrevidas).
    - Quiere acompañarlo con una tarjetita – me preguntó la florista.
    - No es mala idea, – le respondí - ¿podría escribirla usted? Yo tengo muy mala letra... ¿Si? Gracias. Anote:
“Felicidades Natalia. Te quiero y no puedo vivir sin ti. Ya no tengo miedo, aunque me maten no conseguirán alejarme de ti.”

Dejé a Rodolfo sentado en su portal, con el ramo sobre las rodillas. Daba gusto verlo y le hice una foto con el móvil.

Al volver a casa llamé a la Guardia Civil, “...sí, me han despertado unos gritos... sí, una pelea... ¿la dirección? Sí, anote... , sí, el número 12... ¿mi nombre? No, prefiero no darles mis datos. Adiós.”

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