jueves, 11 de noviembre de 2010

Comiendo con Tito

Hoy en el trabajo he comido con Tito. Yo almuerzo siempre en el comedor, en la mesa de los encargados, aunque me siento en una esquina, un poco apartado, porque ninguno me cae bien. Es una mesa enorme y aunque algún día coincidiéramos todos los encargados todavía quedaría libre más de media. Pero está mal visto que los operarios se sienten con los encargados (a riesgo de ser etiquetados como pelotas) y que los encargados coman con los operarios (a riesgo de ser marcados como gilipollas o, lo que es peor, por socialistas)

Pues hoy, el Tito, con dos cojones, se ha sentado a mi lado.

Me ha dicho que se ha enterado de lo de mi madre, me ha dado el pésame, y se ha ofrecido a echarme una mano en lo que necesite. Me ha dado su número de teléfono... ¡por si tengo ganas de hablar!

Se me ha atragantado el bocado y casi me ahogo, he tosido con todas mis fuerzas varias veces hasta que he podido escupirlo en la servilleta. Las mesas de operarios se han reído con ganas y los otros encargados me han mirado con aprobación, no se bien por qué. El caso es que Tito también debe haberme malinterpretado porque se ha puesto colorado, ha cogido su bandeja y se ha ido del comedor entre los aplausos burlones de sus compañeros.

Tenía tanta prisa en desaparecer que se ha dejado su libro, “El príncipe” de Maquiavelo. He aprovechado para hojearlo. Tenía un punto de lectura del sindicato marcando la página 25, y allí he encontrado subrayadas unas palabras:

“Llamaría bien empleadas las crueldades (si a lo malo se lo puede llamar bueno) cuando se aplican de una sola vez...”

1 comentario:

  1. Yo tenía un medio jefe que se llamaba Tito, y cuando lo leí me recordó a él. Actuaba más o menos como éste. ¿No será el mismo?

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